junio 20, 2010

Ensalada suave

La familia de mi papá es más bien folklórica. Todos disfrutan la música llanera, y comen cazabe de cualquier forma imaginable. Ellos son de maíz, es lo que siempre he pensado.

Un día normal en casa de mis abuelos incluye café en dos presentaciones: el negrito que todos toman para despertarse a primera hora de la mañana, y que queda hecho en la cafetera para que cualquiera repita a lo largo del día; y el café con leche que seguramente mi abuela prepara con magia negra, para que termine sabiendo tan rico.

El café es parte de un ritual, y también lo es el cazabe.

En el mesón de la cocina hay una bolsa gigantesca, con un osito pooh dibujado, que S-I-E-M-P-R-E tiene mucho casabe en su interior. Este cazabe es consumido con todas las comidas –seriously-, desde el café de la mañana, hasta el café de la tarde. Los he visto meter una empanada dentro de un par de trozos de cazabe, y comerlo como si fuese lo más natural.

Todas mis tías tocan cuatro, y algunas de ellas cantan. Mi abuelo y mi papá tocan cuatro, guitarra, mandolina, requinto y quién sabe qué otras cosas, y es tradición que a todos les gusten los contrapunteos y las historias de aparecidos.

Mis primos salen de cacería, y como resultado de estos paseos primitivos, en casa siempre está la posibilidad de que lo que estén guisando sea un animal en peligro de extinción, y que cuando se acerque una celebración de familia, si te da sed, al buscar agua encuentres que hay un venado en la nevera.

Es así, es lo que somos, y esto crea cierto equilibrio en el universo.

Cuando esta mañana mi tía número 4 estaba preparando el almuerzo y rayaba una zanahoria para hacer la ensalada, di un paso atrás -entre sorprendida y deleitada- para que no me viera sonreír al acompañarla a cantar:

“♫Desvístete suavemente, acariciando tu cueeeeerpoooo… suave, suave, suave, bien suave donde tú sabes♫”

En este mundo de arepas, a ella le gusta Zapato 3.
:)